“El país más desarrollado industrialmente -escribió Marx en el prefacio de la primera edición de El Capital- no hace más que mostrar a los de menor desarrollo la imagen de su propio futuro.” Este pensamiento no puede ser tomado literalmente en circunstancia alguna. El crecimiento de las fuerzas productivas y la profundización de las incompatibilidades sociales son indudablemente la suerte que les corresponde a todos los países que han tomado el camino de la evolución burguesa. Sin embargo, la desproporción en los “ritmos” y medidas que siempre se produce en la evolución de la humanidad, no solamente se hace especialmente aguda bajo el capitalismo, sino que da origen a la completa interdependencia de la subordinación, la explotación y la opresión entre los países de tipo económico diferente. Solamente una minoría de países ha realizado completamente esa evolución sistemática y lógica que parte del artesanado y llega a la fábrica, pasando por la manufactura, que Marx sometió a un análisis tan detallado. El capital comercial, industrial y financiero invadió desde el exterior a los países atrasados, destruyendo en parte las formas primitivas de la economía nativa y en parte sujetándolos al sistema industrial y banquero de Occidente. Bajo el látigo del imperialismo, las colonias se vieron obligadas a prescindir de las etapas intermedias, apoyándose al mismo tiempo artificialmente en un nivel o en otro. El desarrollo de
La desigualdad del desarrollo trajo consigo beneficios tremendos para los países avanzados, los cuales, aunque en grados diversos, siguieron desarrollándose a expensas de los atrasados, explotándolos, convirtiéndolos en colonias o, por lo menos, haciéndoles imposible figurar entre la aristocracia capitalista. Las fortunas de España, Holanda, Inglaterra, Francia, fueron obtenidas, no solamente con la plusvalía extraída de su propio proletariado, no solamente por el pillaje de su pequeña burguesía, sino también con el pillaje sistemático de sus posesiones de ultramar. La explotación de clases fue complementada y su potencialidad aumentada con la explotación de las naciones. La burguesía de las metrópolis ha sido capaz de asegurar una posición privilegiada para su propio proletariado, especialmente para las capas superiores, mediante el pago de algunos superbeneficios obtenidos con las colonias. Sin eso hubiera sido completamente imposible cualquier clase de régimen democrático estable. En su manifestación más desarrollada la democracia burguesa se hizo, y sigue siendo, una forma de gobierno accesible únicamente a las naciones más aristocráticas y más explotadoras. La antigua democracia se basaba en la esclavitud; la democracia imperialista se basa en la expoliación de las colonias.
Estados Unidos, que formalmente casi no tiene colonias, es, sin embargo, la nación más privilegiada de la historia. Los activos inmigrantes llegados de Europa tomaron posesión de un continente excesivamente rico, exterminaron a la población nativa, se quedaron con la mejor parte de México y se embolsaron la parte del león de la riqueza mundial. Los depósitos de grasa que acumularon entonces, les siguen siendo útiles todavía en la época de la decadencia, pues les sirven para engrasar los engranajes y las ruedas de la democracia.
La reciente experiencia histórica tanto como el análisis teórico testimonian que el nivel de desarrollo de una democracia y su estabilidad, están en proporción inversa a la tensión de las contradicciones de clase. En los países capitalistas menos privilegiados (Rusia, por un lado, y Alemania, Italia, etcétera, por el otro), incapaces de engendrar una aristocracia obrera numerosa, nunca se desarrolló la democracia en toda su extensión y sucumbieron a la dictadura con relativa facilidad. No obstante, la continua parálisis progresiva del capitalismo prepara la misma suerte a las democracias privilegiadas y más ricas. La única diferencia está en la fecha. El deterioro incontenible en las condiciones de vida de los trabajadores hace cada vez menos posible para la burguesía conceder a las masas el derecho a participar en la vida política, incluso dentro de los marcos limitados del parlamentarismo burgués. Cualquier otra explicación del proceso manifiesto del desalojo de la democracia por el fascismo es una falsificación idealista de la realidad, ya sea un engaño o autoengaño.
Mientras destruye la democracia en las viejas metrópolis del capital, el imperialismo impide al mismo tiempo el desarrollo de la democracia en los países atrasados. El hecho de que en la nueva época ni una sola de las colonias o semicolonias haya realizado una revolución democrática, sobre todo en el campo de las relaciones agrarias, se debe por completo al imperialismo, que se ha convertido en el obstáculo principal para el progreso económico y político. Expoliando la riqueza natural de los países atrasados y restringiendo deliberadamente su desarrollo industrial independiente, los magnates monopolistas y sus gobiernos conceden simultáneamente su apoyo financiero, político y militar a los grupos semifeudales más reaccionarios y parásitos de explotadores nativos. La barbarie agraria artificialmente conservada es hoy día la plaga más siniestra de la economía mundial contemporánea. La lucha de los pueblos coloniales por su liberación, pasando por encima de las etapas intermedias, se transforma por necesidad en una lucha contra el imperialismo y de ese modo se pone de acuerdo con la lucha del proletariado en las metrópolis. Los levantamientos y las guerras coloniales hacen oscilar, a su vez, las bases fundamentales del mundo capitalista más que nunca y hacen menos posible que nunca el milagro de su regeneración.
Daniel R.T. ¡Qué artículo tan pesimista! Aunque es más que posible que tenga razón, yo creo o quiero creer que la falta de desarrollo en los países subdesarrollados se debe más a la falta de educación y formación y a la falta de un Estado fuerte y estable (organizado), aunque sea dictatorial como el de China.