Las cifras que demuestran la concentración del capital indican al mismo tiempo que la gravitación específica de la clase media en la producción y su participación en la renta nacional han ido decayendo constantemente, en tanto que las pequeñas empresas han sido, o bien completamente absorbidas o degradadas y desprovistas de su independencia, convirtiéndose en un mero símbolo de un trabajo insoportable y de una miseria desesperada. Al mismo tiempo, es cierto, el desarrollo del capitalismo ha estimulado considerablemente un aumento en el ejército de técnicos, gerentes, empleados, médicos: en una palabra, la llamada “nueva clase media”. Pero ese estrato, cuyo aumento no tenía ya misterios para Marx, tiene poco que ver con la vieja clase media, que en la propiedad de sus medios de producción tenía una garantía tangible de independencia económica. La “nueva clase media” depende más directamente de los capitalistas que los obreros. En efecto, estos están en gran medida bajo la dominación de esta clase; además dentro de esta nueva clase media, se ha verificado una sobreproducción considerable con su correspondiente consecuencia: la degradación social.
“La información estadística segura -afirma una persona tan alejada del marxismo como el ya citado Mr. Homer S. Cummings- demuestra que muchas unidades industriales han desaparecido completamente y que lo que ha ocurrido es una eliminación progresiva de los pequeños empresarios como un factor en la vida norteamericana”. Pero según objeta Sombart, “la concentración general, a pesar de la desaparición de la clase de artesanos y campesinos” no se ha producido todavía. Como todo teórico, Marx comenzó por aislar las tendencias fundamentales en sus formas más puras; de otro modo hubiera sido completamente imposible comprender el destino de la sociedad capitalista. Marx era, sin embargo, perfectamente capaz de examinar el fenómeno de la vida a la luz del análisis concreto, como un producto de la concatenación de diversos factores históricos. Las leyes de Newton no han sido invalidadas por el hecho de que la velocidad en la caída de los cuerpos varía bajo condiciones diferentes o de que las órbitas de los planetas están sujetas a perturbaciones.
Para comprender la llamada “tenacidad” de las clases medias es bueno recordar que las dos tendencias -la ruina de las clases medias y la proletarización de esas clases arruinadas-, no se producen al mismo paso ni con los mismos límites. De la creciente preponderancia de la máquina sobre la fuerza de trabajo resulta que cuanto más avanza la ruina de las clases medias tanto más aventaja al proceso de su proletarización; en realidad, en cierto momento este último puede cesar completamente e incluso retroceder.
Así como la acción de las leyes fisiológicas produce resultados diferentes en un organismo en crecimiento que en uno en decadencia, así también las leyes económicas de la economía marxista actúan de manera distinta en un capitalismo en desarrollo que en un capitalismo en desintegración. Esta diferencia aparece con especial claridad en las relaciones mutuas entre la ciudad y el campo. La población rural de Estados Unidos, que crece comparativamente a una velocidad menor que el total de la población, siguió creciendo en cifras absolutas hasta 1910, fecha en que llegó a más de 32 millones. Durante los veinte años siguientes, a pesar del rápido aumento de la población total del campo, bajó a 30,4 millones, es decir, 1,6 millones. Pero en 1935 se elevó otra vez a 32,8 millones, con un aumento de 2,4 millones. Esta inversión de la tendencia, sorprendente a primera vista, no refuta en lo más mínimo la tendencia de la población urbana a crecer a expensas de la población rural, ni la tendencia de las clases medias a atomizarse, mientras que al mismo tiempo demuestra de la manera más categórica la desintegración del sistema capitalista en su conjunto. El aumento de la población rural durante el período de crisis aguda de 1930-1935 se explica sencillamente por el hecho de que poco menos que dos millones de pobladores urbanos, o, hablando con más exactitud, 2 millones de desocupados hambrientos, se refugiaron en el campo, en tierras abandonadas por los labradores o en granjas de sus parientes y amigos, con objeto de emplear su fuerza de trabajo, rechazada por la sociedad, en la economía natural productiva y poder vivir una existencia menos miserable en vez de morirse totalmente de hambre.
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