Capítulo16: ¿Anomalía o Norma?

Posted by SOCIALISMO REVOLUCIONARIO On lunes, 25 de agosto de 2008 0 comentarios

El secretario del Interior de Estados Unidos, Mr. Harold L. Ickes, considera como “una de las más extrañas anomalías en toda la historia” que Estados Unidos, democrático en la forma, sea autocrático en sustancia: “América, la tierra de la mayoría fue dirigida, por lo menos hasta 1933 (!) por los monopolios, que a su vez son dirigidos por un pequeño número de accionistas”. La diagnosis es correcta, con la excepción de la insinuación de que con el advenimiento de Roosevelt ha cesado o se ha debilitado el gobierno del monopolio. Sin embargo, lo que Ickes llama “una de las más extrañas anomalías de la historia” es en realidad la norma incuestionable del capitalismo. La dominación del débil por el fuerte, de la mayoría por la minoría, de los trabajadores por los explotadores es una ley básica de la democracia burguesa. Lo que distingue a Estados Unidos de los otros países es simplemente el mayor alcance y la mayor perversidad de las contradicciones de su capitalismo. La carencia de un pasado feudal, la riqueza de recursos naturales, un pueblo enérgico y emprendedor, todos los prerrequisitos que auguraban un desarrollo ininterrumpido de la democracia, han traído como consecuencia una concentración fantástica de la riqueza.


Con la promesa de emprender la lucha contra los monopolios hasta triunfar sobre ellos, Ickes toma como prueba a Thomas Jefferson, Andrew Jackson, Abraham Lincoln, Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson como predecesores de Franklin D. Roosevelt. “Prácticamente todas nuestras más grandes figuras históricas -dijo el 30 de diciembre de 1937- son famosas por su lucha persistente y animosa para impedir la superconcentración de la riqueza y del poder en unas pocas manos”. Pero de sus mismas palabras se deduce que el fruto de esa “lucha persistente y animosa” es el dominio completo de la democracia por la plutocracia.


Por alguna razón inexplicable Ickes piensa que la victoria está asegurada en la actualidad con tal que el pueblo comprenda que la lucha no es “entre el New Deal y el promedio de los hombres cultos de negocios, sino entre el New Deal y los Borbones de las sesenta familias que han mantenido al resto de los hombres de negocios bajo el terror de su dominio”, en desmedro de la democracia y de los esfuerzos de las “más célebres figuras históricas”. Los Rockefeller, los Morgan, los Mellon, los Vanderbilt, los Guggenheim, los Ford y compañía no invadieron a Estados Unidos desde afuera, como Cortés invadió a México; nacieron orgánicamente del “pueblo”, o más precisamente de la clase de los “industriales y hombres de negocios cultos”, y representan hoy, de acuerdo con el pronóstico de Marx, el apogeo natural del capitalismo. Si una democracia joven y fuerte en el apogeo de su vitalidad fue incapaz de contener la concentración de la riqueza cuando el proceso se hallaba todavía en su comienzo, es imposible creer ni siquiera por un minuto que una democracia en decadencia sea capaz de debilitar los antagonismos de clase que han llegado a su límite máximo. De cualquier modo, la experiencia del New Deal no da pie para semejante optimismo. Al refutar las acusaciones de la industria pesada contra el gobierno, Robert H. Jackson, alto personaje de los círculos de la administración, demostró con cifras que durante el gobierno de Roosevelt los beneficios de los magnates del capital alcanzaron alturas con las que ellos mismos habían dejado de soñar durante el último período de la presidencia de Hoover, de lo cual se deduce en todo caso que la lucha de Roosevelt contra los monopolios no ha sido coronada con un éxito mayor que la de todos sus predecesores.

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