Capítulo 22: El espejo ideal del capitalismo

Posted by SOCIALISMO REVOLUCIONARIO On lunes, 25 de agosto de 2008 0 comentarios

En la época en que se publicó el primer volumen de El Capital, la dominación mundial de la burguesía era aún indiscutible. Las leyes abstractas de la economía de mercado encontraron, naturalmente, su completa encarnación -es decir, la menor dependencia de las influencias del pasado- en el país en el que el capitalismo había alcanzado su mayor desarrollo. Al basar su análisis principalmente en Inglaterra, Marx tenía en vista no solamente a Inglaterra, sino a todo el mundo capitalista. Utilizó a la Inglaterra de su época como el mejor espejo del capitalismo de esta época.


Ahora sólo queda el recuerdo de la hegemonía británica. Las ventajas de la primogenitura capitalista se han convertido en desventajas. La estructura técnica y económica de Inglaterra se ha desgastado. El país sigue dependiendo en su posición mundial de su imperio colonial, herencia del pasado, más que de un potencial económico activo. Esto explica incidentalmente la caridad cristiana de Chamberlain* con respecto al gangsterismo internacional de los fascistas, que tanto ha sorprendido al mundo entero. La burguesía inglesa no puede dejar de reconocer que su decadencia económica se ha hecho completamente incompatible con su posición en el mundo y que una nueva guerra amenaza con el derrumbamiento del Imperio Británico. Esencialmente similar es la base económica del “pacifismo” francés.


Alemania, por el contrario, ha utilizado en su rápido ascenso capitalista las ventajas del atraso histórico, equipándose con la técnica más completa de Europa. Teniendo una base nacional estrecha e insuficiencia de recursos naturales, el dinamismo capitalista de Alemania, se ha transformado por necesidad en el factor más explosivo del llamado equilibrio de las potencias mundiales. La ideología epiléptica de Hitler no es más que el reflejo de la epilepsia del capitalismo alemán.


Además de las numerosas e invalorables ventajas de carácter histórico, el desarrollo de Estados Unidos gozó de la preeminencia de un territorio inmensamente grande y de una riqueza natural incomparablemente mayor que Alemania. Habiendo aventajado considerablemente a Gran Bretaña, la República norteamericana llegó a ser a comienzos del siglo actual la principal fortaleza de la burguesía mundial. Todas las potencialidades del capitalismo encontraron en ese país su más alta expresión. En parte alguna de nuestro planeta puede la burguesía realizar empresas superiores a las de la república del dólar, que se ha convertido en el siglo XX en el espejo más perfecto del capitalismo.


Por las mismas razones que tuvo Marx para basar su exposición en las estadísticas inglesas, nosotros hemos recurrido, en nuestra modesta introducción, a la experiencia económica y política de Estados Unidos. No es necesario decir que no sería difícil citar hechos y cifras análogos, tomándolos de la vida de cualquier otro país capitalista. Pero eso no añadiría nada esencial. Las conclusiones seguirían siendo las mismas y solamente los ejemplos serían menos sorprendentes.


La política del Frente Popular en Francia era, como señaló perspicazmente uno de sus financistas, una adaptación del New Deal “para liliputienses”. Es perfectamente evidente que en un análisis teórico es mucho más conveniente tratar con magnitudes ciclópeas que con magnitudes liliputienses. La misma inmensidad del experimento de Roosevelt nos demuestra que solamente un milagro puede salvar al sistema capitalista mundial. Pero sucede que el desarrollo de la producción capitalista ha terminado con la producción de milagros. Sin embargo, es evidente que si se pudiera producir el milagro del rejuvenecimiento del capitalismo, ese milagro sólo se podría producir en Estados Unidos. Pero ese rejuvenecimiento no se ha realizado. Lo que no pueden alcanzar los cíclopes, mucho menos pueden alcanzarlo los liliputienses. Asentar los fundamentos de esta sencilla conclusión es el objeto de nuestra excursión por el campo de la economía norteamericana.

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