El final del siglo pasado y el comienzo del presente siglo se han caracterizado por un progreso tan abrumador del capitalismo, que las crisis cíclicas parecían no ser más que molestias “accidentales”. Durante los años de optimismo capitalista casi universal los críticos de Marx nos aseguraban que el desarrollo nacional e internacional de los “trusts”, sindicatos y carteles introducía en el mercado una organización bien planeada y presagiaba el triunfo final sobre las crisis. Según Sombart, las crisis habían sido ya “abolidas” antes de la guerra por el mecanismo del propio capitalismo, de tal modo que “el problema de las crisis nos deja hoy día virtualmente indiferentes”. Ahora, solamente diez años más tarde, esas palabras suenan a burla, porque el pronóstico de Marx se nos aparece hoy en día en toda la medida de su trágica fuerza.
Es notable que la prensa capitalista, que pretende negar como puede la existencia misma de los monopolios, recurra a esos mismos monopolios para negar como puede la anarquía capitalista. Si sesenta familias dirigen la vida económica de Estados Unidos, The New York Times observa irónicamente: “Esto demostraría que el capitalismo norteamericano, lejos de ser anárquico y sin plan alguno, se halla organizado con gran precisión”. Este argumento yerra el blanco. El capitalismo ha sido incapaz de desarrollar una sola de sus tendencias hasta el fin. Así como la concentración de la riqueza no suprime a la clase media, así tampoco el monopolio suprime a la competencia, sólo la ahoga y la contiene. Ni el “plan” de cada una de las sesenta familias ni las diversas variantes de esos planes se hallan interesados en lo más mínimo en la coordinación de las diferentes ramas de la economía, sino más bien en el aumento de los beneficios de su camarilla monopolista a expensas de otras camarillas y a expensas de toda la nación. En último término, el choque de semejantes planes no hace más que profundizar la anarquía en la economía nacional.
La crisis de 1929 estalló en Estados Unidos un año después de haber declarado Sombart la completa indiferencia de su “ciencia” con respecto al problema de la crisis. Desde la cumbre de una prosperidad sin precedentes, la economía de Estados Unidos fue lanzada al abismo de una postración monstruosa. Nadie podía haber concebido en la época de Marx convulsiones de tal magnitud. La renta nacional de Estados Unidos se había elevado por primera vez en
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