Capítulo 7: Concentración de la riqueza y Aumento de las contradicciones de clase

Posted by SOCIALISMO REVOLUCIONARIO On lunes, 25 de agosto de 2008 0 comentarios

Los capitalistas y sus defensores tratan por todos los medios de ocultar el alcance real de la concentración de la riqueza a los ojos del pueblo, así como a los ojos del cobrador de impuestos. Desafiando a la evidencia, la prensa burguesa intenta todavía mantener la ilusión de una distribución “democrática” de los capitales invertidos. The New York Times, para refutar a los marxistas, señala que hay de tres a cinco millones de patrones individuales. Es cierto que las sociedades anónimas representan una concentración de capital mayor que tres a cinco millones de patrones individuales, aunque Estados Unidos cuenta con “medio millón de sociedades”. Este modo de jugar con las cifras tiene por objeto, no aclarar, sino ocultar la realidad.


Desde el comienzo de la guerra hasta 1923 el número de fábricas y factorías existentes en Estados Unidos descendió del 100 al 98,7, mientras que la masa de producción industrial ascendió del 100 al 156,3. Durante los años de una prosperidad sensacional (1923-1929), cuando parecía que todo el mundo se hacía rico, el índice del número de establecimientos descendió de 100 a 93,8 mientras la producción ascendió de 100 a 113. Sin embargo, la concentración de establecimientos industriales, limitada por su voluminoso cuerpo material, está muy por detrás de la concentración de su espíritu, la propiedad. En 1929 tenían en realidad más de 300.000 sociedades, como observa correctamente The New York Times. Lo único que hace falta añadir es que 200 de ellas, es decir, el 0,07 del número total, controlaban directamente al 49,2% de los capitales de todas las sociedades. Cuatro años más tarde el porcentaje había ascendido ya al 56, en tanto que durante los años de la administración de Roosevelt ha subido indudablemente aún más. Dentro de esas 200 sociedades anónimas principales el dominio verdadero corresponde a una pequeña minoríaIII.


El mismo proceso puede observarse en la banca y en los sistemas de seguros. Cinco de las mayores compañías de seguros de Estados Unidos han absorbido no solamente a las otras compañías, sino también a muchos bancos. El número total de bancos se ha reducido, principalmente en la forma de las llamadas “mergers” (fusiones), esencialmente por medio de la absorción. Este proceso se acelera rápidamente. Por encima de los bancos se eleva la oligarquía de los superbancos. El capital bancario se fusiona con el capital industrial bajo la forma de supercapital financiero. Suponiendo que la concentración de la industria y de los bancos se produzca al mismo ritmo que durante el último cuarto de siglo -de hecho ese ritmo va en aumento- en el curso del próximo cuarto de siglo los monopolistas habrán concentrado en sí mismos toda la economía del país.


Hemos recurrido a las estadísticas de Estados Unidos porque son más exactas y más sorprendentes. Pero el proceso de concentración es esencialmente de carácter internacional. A través de las diversas etapas del capitalismo, a través de las fases de los ciclos coyunturales, a través de todos los regímenes políticos, a través de los períodos de paz tanto como de los períodos de conflictos armados, el proceso de concentración de todas las grandes fortunas en un número de manos cada vez menor ha seguido adelante y continuará sin término. Durante los años de la Gran Guerra, cuando las naciones estaban heridas de muerte, cuando los sistemas fiscales rodaban hacia el abismo, arrastrando tras de sí a las clases medias, los monopolistas obtenían provechos sin precedentes con la sangre y el barro. Las compañías más poderosas de Estados Unidos aumentaron sus beneficios durante los años de la guerra dos, tres y hasta cuatro veces y aumentaron sus dividendos hasta el 300, el 400, el 900%, y aún más.


En 1840, ocho años antes de la publicación por Marx y Engels del Manifiesto del Partido Comunista, el famoso escritor francés Alexis de Tocqueville2 escribió en su libro La democracia en América: “La gran riqueza tiende a desaparecer y el número de pequeñas fortunas a aumentar”. Este pensamiento ha sido reiterado innumerables veces, al principio con referencia a Estados Unidos, y luego con referencia a las otras jóvenes democracias, Australia y Nueva Zelanda. Por supuesto, la opinión de Tocqueville ya era errónea en su época. Sin embargo, la verdadera concentración de la riqueza comenzó únicamente después de la Guerra Civil norteamericana, en la víspera de la muerte de Tocqueville. A comienzos de siglo el 2% de la población de Estados Unidos poseía ya más de la mitad de toda la riqueza del país; en 1929 ese mismo 2% poseía los 3/5 de la riqueza nacional. Al mismo tiempo, 36.000 familias ricas poseían una renta tan grande como 11.000.000 de familias de la clase media y de los pobres. Durante la crisis de 1929-1933 los establecimientos monopolistas no tenían necesidad de apelar a la caridad pública; por el contrario, se hicieron más poderosos que nunca en medio de la declinación general de la economía nacional. Durante la precaria reactivación industrial producida por la levadura del New Deal los monopolistas consiguieron nuevos beneficios. El número de los desocupados disminuyó en el mejor de los casos de 20.000.000 a 10.000.000; al mismo tiempo, la capa superior de la sociedad capitalista, 6.000 personas, acopió dividendos fantásticos; esto es lo que el Subsecretario de Justicia Robert H. Jackson demostró con cifras durante su declaración ante la correspondiente comisión investigadora de Estados Unidos.


Pero el concepto abstracto de “capital monopolista” está para nosotros lleno de carne y hueso. Esto quiere decir que un puñado de familiasIV, unidas por los lazos del parentesco y del interés común en una oligarquía capitalista exclusiva, disponen del destino económico y político de una gran nación. Hay que admitir forzosamente que la ley marxista de la concentración del capital ha realizado bien su obra.

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