Las relaciones entre los capitalistas que explotan a los trabajadores están determinadas por la competencia, que actúa como el resorte principal del progreso capitalista. Las empresas grandes gozan de mayores ventajas técnicas, financieras, de organización, económicas y, “last but not least” (por último pero no menos importante, N de T.) políticas que las empresas pequeñas. El capital mayor, capaz de explotar al mayor número de obreros, es inevitablemente el que consigue la victoria en una competencia. Tal es la base de la concentración y centralización del capital.
Al estimular el progreso y el desarrollo de la técnica, la competencia no sólo destruye gradualmente a las capas intermediarias, sino que se destruye también a sí misma. Sobre los cadáveres y semicadáveres de los capitalistas pequeños y medianos surge un número cada vez menor de magnates capitalistas cada vez más poderosos. De este modo, la competencia honesta, democrática y progresiva engendra irrevocablemente el monopolio dañino, parásito y reaccionario. Su predominio comenzó a afirmarse a partir de 1880 y asumió su forma definitiva a comienzos del presente siglo. Ahora, la victoria del monopolio es reconocida abiertamente por los representantes oficiales de la sociedad burguesaII. Sin embargo, cuando en el curso de su pronóstico sobre el futuro del sistema capitalista Marx demostró por primera vez que el monopolio es una consecuencia de las tendencias inherentes al capitalismo, el mundo burgués siguió considerando a la competencia como una ley eterna de la naturaleza.
La eliminación de la competencia por el monopolio señala el comienzo de la desintegración de la sociedad capitalista. La competencia era el principal resorte creador del capitalismo y la justificación histórica del capitalista. Por lo mismo, la eliminación de la competencia significa la transformación de los accionistas en parásitos sociales. La competencia necesita de ciertas libertades, una atmósfera liberal, un régimen democrático, un cosmopolitismo comercial. El monopolio necesita en cambio un gobierno tan autoritario como sea posible, murallas aduaneras, sus “propias” fuentes de materias primas y mercados (colonias). La última palabra en la desintegración del capital monopolista es el fascismo.
Alfredo gracias, me ayudo pa la tarea